Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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Un dispositivo con historia. E. Vilar


UN DISPOSITIVO CON HISTORIA

Eugenia Vilar Peyrí


En el resumen que envié para participar en este Congreso me preguntaba:
¿Qué estamos haciendo? ¿Qué hacemos en el día a día de nuestra actividad docente? ¿Tenemos entre las manos una utopía? ¿Lo grupal ha perdido el sentido que tenía hace 20, 30 años?

Para muchos de los que estamos hoy aquí, lo grupal fue un emblema, la concepción operativa de grupo fue un signo cargado de significado que implicaba una didáctica, un proyecto definido, un trabajo político. A través de los grupos, de sus avatares, de sus obstáculos, de sus proyectos estábamos sembrando gérmenes de autonomía, nos sentíamos que colaborábamos para que los sujetos fueran, como dice Castoriadis, cada día más lúcidos en cuanto a su deseo y su realidad así como responsables de sus actos.

Al abrigo de estas ideas fue como se generó y creció la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana. Sin este compromiso político, sin el convencimiento de que estábamos imaginando nuevas maneras solidarias y significativas de producir autonomía no habríamos podido hacer lo que hicimos durante más de 20 años.

Pero este dispositivo es histórico y la historia de los sujetos, los devenires humanos, los grandes cataclismos, han hecho mella y hoy casi podríamos decir que el mundo no tiene nada que ver con aquel lleno de esperanzas, de ilusiones, de proyectos.

 Hoy parecería que nos movemos entre dos polos irreconciliables: individuos a la deriva, sin ilusiones ni proyectos y una inmensa masa informe que se mueve como amiba también sin ilusiones, también sin proyectos, trabajando a favor de unos pocos que aparentemente gobiernan el mundo.

Los proyectos colectivos ya no tienen resonancia en los jóvenes, no nos creen, los hemos defraudado, el mundo que les hemos heredado vale poco la pena, les promete poco, la felicidad es más utópica que nunca, el futuro es más oscuro que nunca. Tal pareciera que los sentidos y las significaciones han cambiado, que el foco está puesto en otra parte, que las ilusiones y los proyectos de hoy nada tienen que ver con los que teníamos nosotros.

Los hombres y las mujeres jóvenes del siglo XXI se sienten al borde de un precipicio y carecen de los referentes para reconstruir el camino que ha llevado hasta ese límite sobre el que hoy están viviendo, les faltan los instrumentos necesarios para comprender esta desolación. La historia de la modernidad, como decía Walter Benjamín, privó al pasado de su carácter redentor, transformó el presente en un instante fugaz y entregó el futuro a todos los excesos en nombre del progreso. Sin la posibilidad de reconocer las utopías de la lucha y la esperanza del pasado, con el futuro que se abre al infinito y, por tanto, inabarcable a pesar de las promesas del progreso tecnológico, el presente se convierte en un monstruo que produce angustia en la medida en que sus formas se hacen cada vez más estrechas, el espacio vital se restringe cada día y el horizonte se limita por las oscuras sombras de un ayer y un mañana inasibles e incomprensibles. ¿Cómo quieren reconstruir su mundo? ¿Qué les hace sentido? ¿En aras de qué quieren luchar? ¿Qué esperan de ellos mismos, de nosotros?

Boaventura de Sousa Santos dice que el problema está en que  “La mala lectura del pasado (o la lectura interesada que pretende ocultarlo o tergiversarlo) deja a los países inermes para entenderse a sí mismos, abandonados a merced de un único recurso: repetir lo conocido, el presente, hasta el infinito, perdiéndose la guía que podría encontrarse si el sufrimiento de ayer, si las reivindicaciones del pasado, fueran rescatadas hoy para encontrar razones tanto para no repetir la historia como para encontrar un ejemplo que pudiera servir para explicar si merece la pena sacrificarse aquí y ahora para construir la emancipación”.

Construir la emancipación, parece imposible ante el panorama que he descrito líneas arriba.

Pero si hemos de seguir en esta línea, de lo que se trata es de construir y para ello debemos contar con los materiales necesarios y con un plan o proyecto. ¿De dónde se puede obtener ese material ¿cuál puede ser el proyecto? ¿Quién lo debe de hacer? ¿Quiénes son los sujetos sociales que deben participar? ¿Quién debe convocar y a quién debe convocarse?

Al principio de este texto me preguntaba además: Nosotros como universitarios, ¿estamos dispuestos a dejar de creer que somos parte de la vanguardia y convertirnos en uno más en la creación de nuevas formas de conseguir la autonomía? ¿Cuál es el nuevo lugar que nos asignan los nuevos sentidos, las nuevas significaciones? ¿Qué estamos dispuestos a hacer o a dejar de hacer?

De Sousa Santos, cuando estuvo en México hace unos meses, dijo que los intelectuales sociales deberíamos aceptar que en el nuevo proyecto emancipador no podemos pretender ser más que una nota a pie de página. Esta frase causó verdadero revuelo entre los que se suponen aún a la vanguardia de los movimientos libertarios y antisistémicos. Sin embargo, estoy convencida de que tiene razón y que ese nuevo lugar –nada fácil de asumir– puede tener un gran valor. Veamos por qué lo pienso así. Una nota a pie de página se utiliza cuando en un texto escrito por alguien se hace referencia al pensamiento de otro alguien que es importante por lo que aporta al texto en cuestión. Esto es, debemos ser una referencia importante, no más. El texto debe ser escrito por el sujeto de la experiencia, por aquel que ha sido borrado y que ahora intenta reelaborar su historia y desde ella pretende construir su emancipación. A nosotros no nos toca sino intentar colaborar desde quizás un ejercicio de traducción o citando a De Souza Santos: “No siendo posible armar una teoría común, la única posibilidad es construir una teoría de la traducción, un modelo de conocimiento que haga inteligibles mutuamente las plurales luchas concretas. Esta teoría se arma desde el dolor, desde la subjetividad doliente”, desde la experiencia. Hoy podemos intentar articular las diversas miradas, las desilusiones y las frustraciones con nuestras utopías, con nuestros proyectos, de tal manera que emerjan a la superficie y podamos construir, todos juntos, ese nuevo proyecto emancipador. Sería algo así como dar cabida a muchas experiencias sociales que hoy son desperdiciadas, marginadas, desacreditadas, silenciadas por no corresponder a lo que está sancionado como consonante con las monoculturas del saber y de la práctica dominante.

Aún tenemos la oportunidad de hacer esta labor: de ayudar a recuperar los fragmentos de aquellas formas alternativas que “anidaron en el ayer pero no llegaron a alzar el vuelo” o si lo hicieron hoy no tienen la misma recepción entre los que han de tomar la estafeta. Ésos son los materiales de construcción. Ninguno es más importante, todos son imprescindibles, las miradas de ayer y las de hoy.

Sin embargo, no quiero pecar de ilusa; no quiero que parezca que la mesa está puesta y solamente es cuestión de empezar a trabajar, a traducir, a articular y que este nuevo proyecto emancipador estará listo para iniciar el banquete de la posmodernidad como expresión del agotamiento de la modernidad, la existencia de nuevas realidades sociales y la necesidad de un nuevo proyecto emancipador que supere nuestros discursos y nuestras prácticas.

No, el trabajo está aún en ciernes. Creo que es necesario reconocer primero que los conceptos teóricos con que contamos para dar cuenta de la realidad se nos han quedado cortos, que fueron creados para describir otra realidad; que debemos crear otras palabras que hablen en un idioma nuevo, comprensible para la nueva mayoría. Es necesario, insisto, atreverse a mirar nuestro discurso actual como un discurso desde dentro del mismo discurso moderno; no hacerlo puede atraparnos en callejones sin salida en donde prevalezca la buena fe pero que nos conduzca a ser agentes inconscientes de un sistema que desfallece mientras continúa devastando el planeta.

Nuestros jóvenes tienen la palabra. No solamente esos con los que tengo contacto cotidiano en el aula mexicana; me refiero a todos los jóvenes. Hoy más que nunca se puede hablar de todos: occidentales y orientales, por lo menos la globalización ha tenido esa ventaja, ha hecho que nuestro mundo por primera vez sea uno. Ustedes y nosotros, europeos y americanos, los que ahora nos reunimos a repensar si somos actuales, si tenemos algo que proponer a las nuevas generaciones tenemos la obligación impostergable de llevar a cabo la traducción, de hacer confluir nuestra visión con las inquietudes nuevas, las formas actuales de construir futuros; aunque nos parezca que no es “nuestro” camino, aquel que entonces creímos innovador y emancipador. La autonomía, quizás, está en otra parte. Nuestro compromiso con la concepción operativa de grupo y con el proyecto de futuro está en reconocer las nuevas significaciones, los nuevos sentidos.

Siento que he venido desde muy lejos a traer sólo preguntas, ninguna respuesta. Pero me conformo con comunicar mis inquietudes y con esperar que de este encuentro salgan nuevas perspectivas y nuevos elementos para que el ejercicio de la traducción tenga, al menos, un camino por donde transitar. Lo demás, las certezas, son –valga la redundancia– inciertas y por lo mismo sospechosas de querer borrar las nuevas ideas y los nuevos significados.

Quiero cerrar este trabajo trayendo dos citas que pueden ilustrar mi pensamiento, mi punto de partida para aportar al nuevo proyecto en construcción. Será compromiso de los nuevos incorporarle lo suyo.

“…la organización y la acción colectivas,… comunitarias que llevan a cabo exigencias colectivas tienen un efecto positivo no sólo sobre la creación de nuevas oportunidades de trabajo, sino también desde el punto de vista terapéutico. Las luchas colectivas incrementan la autoestima y la eficacia personal, crean solidaridad y ofrecen una perspectiva social, todo lo cual reduce la anomia” James Petras.

“…siempre que se manifiesta una enérgica tendencia a la formación colectiva se atenúan las neurosis e incluso llegan a desaparecer, por lo menos durante algún tiempo. Se ha intentado, pues, justificadamente, utilizar con un fin terapéutico esta oposición entre la neurosis y la formación colectiva” Sigmund Freud.


BIBLIOGRAFÍA

· De Sousa Santos, Boaventura (2005). El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política. Editorial Trotta/ILSA, Madrid, Bogotá.
· Freud, Sigmund (1988). Psicología de las masas y análisis del yo. Tomo 14. Editorial Orbis, Barcelona.
· Petras, James (2002). Salud mental y organización social. Página Internet Rebelión.


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